La cosa es que siempre me han gustado las estrellas, pero, como todo en este mundo raruno en que vivimos, hay una tendencia demasiado evidente hacia lo grecolatino y otras clases de etnocentrismo que últimamente me pone de bastante mal humor. Y claro, eso implica que cuando te das cuenta, estás inmerso en cosas de la astronomía más clásica y conocida: que si Orión por aquí, que si Casiopea por allá, que si las Pléyades por el otro lado... en fin, que sí, que muy interesante, pero llega un momento en que, voy a decir empalaga por no decir algo más bestia, que tengo el día suave -será la fiebre-, y le vas perdiendo un poco el gusto. Últimamente, solo tenía como interesante la constelación del cisne, que en mi frikedad exacerbada lo asocio, no a un cisne, sino al símbolo del witch doctor de los tambores de los noaidit.
De hecho, llevaba sin estar más o menos fascinada por constelaciones y otras cosas divertidas desde la lecture que dí a los 16 años a mis compañeros de clase (sí, bueno, cosas que no se cuentan a menudo: con 16 años me aburría tanto en las clases, que mi maravilloso instituto de entonces, bastante avanzado para la época, me eximió de varias de las asignaturas y me mandó a estudiar cosas chulas de física y astronomía dos veces por semana a un observatorio a cambio de, al final del trimestre, dar una clasecilla sencilla a mis compañeros. Por eso de la no exclusión, you know. Aquello fue el mayor fiasco al que me había enfrentado nunca, porque a pesar de montar una excursión nocturna, me encontré con gente que confundía astronomía con astrología, que no tenían ni pajotera idea de mínimos básicos como diferenciar norte y sur, que no sabían leer un planisferio ni enseñándoles... en fin, una serie de catastróficas desdichas que no vienen al caso. Pero el comentario soy consciente de que requería explicación).
Hasta que he descubierto un libro de «astronomía» (osea, de constelaciones, ñeñeñee) de los saami. Que es una chorradita (en sueco para más INRI) para críos, pero oye, lo bien que me viene y la ilusión absurda que me hizo encontrarlo es bastante indescriptible en sí misma. Así que me voy a dedicar a contaros cosas de esas, ahora en un momento, al menos las primeras 3 páginas (y lo demás, me lo quedo para hacer magia con ello)
Voy a empezar por decir que, al contrario de lo que pasa con las constelaciones «tradicionales», no son puntos que marquen una vieja historia que tuvo la transformación de turno en estrellas. La cúpula celeste saami cuenta una historia en constante cambio, es algo que está sucediendo en el momento en que se mira el cielo. No es de extrañar, porque en general se trata de la escena de una cacería y claro, dado que las estrellas se mueven a lo largo del tiempo, no veo cosa más lógica que pensar que es una cacería que no se termina nunca.
La cacería del Gran Alce |
Esta cacería es la cacería del Gran Alce, que, obviamente ocupa la parte centra del cielo. Sus cornamentas es lo que en occidente llamamos Casiopea, mientras que cuerpo y cabeza la forman el Boyero y el Auriga.
Lo que nosotros llamamos la constelación de Géminis, es para ellos la pareja de cazadores hermanos que persiguen al Gran Alce con sus arcos y flechas por el cielo, siendo la Osa Mayor el Arco del Cazador, con que podrían lograrlo de tenerlo consigo.
Pero los cazadores no van solos. Las tres estrellas que nosotros vemos en el cinturón de Orión, son los tres perros de caza que llevan con ellos, pero no son los únicos en cacería...
Llevan tanto tiempo fuera, que la esposa del único de los cazadores que estaba casado, se agenció un arco ella misma y seis perrillos, y salió a ver si podía cazar el puñetero Gran Alce ella misma. Esto es lo que nosotros llamamos Las Pléyades.
En otro orden de cosas, por hablar de cosas más “estáticas”, tenemos la Estrella del Norte. Que como se ha dicho en muchas ocasiones -o al menos, yo lo he dicho en muchas ocasiones- señala el final del pilar del mundo donde algunos chamanes tienen acceso. Para llegar a ella, tienen que seguir la Estrella de los Chamanes, que les guía, y que no es otra que nuestra querida estrella vespertina, Venus.
Tiene una particularidad en estas latitudes, Venus: antes del solsticio de invierno se ve por el amanecer, y después, al anochecer. Y entre noviembre y diciembre, 24h. Así que no es de extrañar que sea lo que marca el camino de los noaidit entre nuestro mundo y ese lugar misterioso allá donde la estrella del norte.
Creo que voy a ir terminando. Tenía pensado poner alguna cosa más, pero ya no me dan demasiado las fuerzas y, la verdad, preferiría extenderme más, pero...
Bueno, algo más voy a añadir. La Vía Láctea, además de ser la Senda de los Espíritus Perdidos, guía las migraciones de los pájaros desde el sur hasta el norte... y tiene una mitología tan rica y chula, que merece ser contada en profundidad.
En otra ocasión. I promise.
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